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La lección aprendida: la vigencia del derecho

          pues, al contrario de lo que muchos creían – recuérdese que Francesco Carnelutti
          en 1951 predecía en Padua la muerte del Derecho! (6) –, no ha perdido  vigencia.
          Porque la modernidad aún no ha implantado la justicia y no ha podido superar
          la existencia de disputas entre pueblos y entre  semejantes. Por eso, las normas
          jurídicas son más requeridas que nunca


          2. La norma universal
              En  los  tiempos  de  la  globalización  los  peligros  que  se  ciernen  sobre  la
          humanidad no derivan de las luchas grupales, ni de los enfrentamientos entre
          pequeñas naciones, ni siquiera de los conflictos económicos entre los grandes
          bloques  continentales  de  poder.  Es  posible  encontrar  solución  a  todas  esas
          disputas en la aplicación de la legalidad creada por la Comunidad Internacional.
          Las amenazas son otras: provienen de la insatisfacción de miles de millones de
          personas que sufren hambre y son conscientes de sus carencias; del terrible poder
          que la ciencia ha puesto al servicio de los hombres y que, literalmente, puede ser
          utilizado por cualquiera (y sobre todo por aquellos que se consideran llamados
          a vengar viejos agravios); y, también, de la ambición de los imperios, complejos
          monstruosos de  carácter político y económico, que se mueven en procura de
          garantizar sus  intereses  de todo tipo.  Frente a todos esos riesgos, la humanidad
          pareciera estar indefensa, porque en apariencia no es posible aplicar con eficacia
          norma jurídica alguna para superarlos
              Todavía  hoy,  a  pesar  de  los  evidentes  progresos  de  la  legalidad  tanto  en
          el ámbito  interno  como  en  el  plano  de  las relaciones  internacionales,  muchos
          personas, grupos y Estados –y no solamente de los del llamado Tercer Mundo–
          actúan sin sujeción  a las normas jurídicas. Más bien, lo hacen en violación de
          sus mandatos. Así, el principio de la legalidad, reconocido en teoría más o menos
          por todos, no tiene vigencia real. Acaso no recordamos los gritos de odio que
          condujeron hace poco al genocidio en Ruanda? En la actualidad, no actúan con
          impunidad dictaduras terribles que desconocen los derechos más elementales de
          los seres humanos? Y no observamos  con frecuencia una conducta arrogante
          al margen de la legalidad por parte de las potencias?  El problema no escapa a
          nuestra realidad nacional. Cuando creíamos avanzar en la creación de un estado
          de derecho, nos atrapó lo que algún pensador llamó “nuestra maldición de Sísifo”
          (7): la vuelta a la discrecionalidad! Y es que no ocurrió lo mismo en 1848 cuando




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