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Rondón J.
sabiduría cuando ordenó a los últimos combatientes los tiempos épicos: “Dejad la
terrible contienda, para que os separéis sin derramar más sangre!” A fin de que
luego, según relata Homero, juraran la paz y establecieran entre ellos un pacto
para el futuro (2). Por eso, puede afirmarse que sin su creación no habría sido
posible el desarrollo de las sociedades históricas. Fue, junto al arte y la ciencia, la
gran invención del pensamiento antiguo.
Se enseña con frecuencia que el Derecho fue, en sus orígenes, obra de
hombres sabios y previsivos que legaron a sus pueblos códigos de conducta. Sin
embargo, en realidad, es un producto de la condición humana. Está intrínseco en
ella. Porque responde a una necesidad natural. Por eso, acompaña la aventura del
hombre desde sus primeros pasos. Y no otra cosa es la que indican distintos textos
sagrados cuando atribuyen al Ser Supremo la entrega de normas y mandamientos.
Y no otra, tampoco, la que proclamaron los filósofos griegos y medievales antes
que el iusnaturalismo fuera reconocido en las declaraciones de las revoluciones
que dieron forma a los tiempos modernos. Por otra parte, así concebido, resulta
siempre instrumento del débil, de aquel que requiere protección para enfrentar
fuerzas superiores irracionales, que pueden ser las de un hombre o las de un
grupo, institucionalizado o no. Solo cuando se distorsionan sus fines, como ha
ocurrido recientemente en sociedades desarrolladas, se convierte en instrumento
del más fuerte y sirve de fundamento al opresor. Pero, entonces no es derecho.
Como no lo eran aquellos edictos contra los que se rebelara Antígona con su grito:
“Es que Zeus no a hecho esas leyes!” (3). En tal caso, es solo “corrupción de la ley”
(4). Desde los tiempos antiguos (y esa sigue siendo la gran aspiración de nuestros
días!) el Derecho busca permitir a todos – y especialmente a los menos dotados
– actuar con eficacia en libertad.
A medida que el Derecho alcanzó perfección en tiempos posteriores a los de
sus inicios fue ampliando su ámbito de vigencia. Se impuso a un mayor número
de naciones, pero también dentro de cada sociedad a todos sus integrantes,
incluso a quienes ejercían la autoridad y al mismo Estado. No se puede ya decir,
como del César romano, “quod principi placuit, leges habet vigorem” (5), porque
la voluntad del gobernante está sujeta a la norma. Mas aún, en los tiempos
modernos a la Comunidad Internacional. Así, en efecto, ha permitido a los
Estados superar en forma pacífica sus diferencias y evitar, por los menos en el
último medio siglo, las guerras totales que conducirían al holocausto final. Hoy,
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